Rufino Tamayo, aniversario 116 de su nacimiento.

Posted by on ago 26, 2015 in Blog, Blog DART | No Comments

Una historia de amor en tres cuadros

En conmemoración del 116 aniversario del nacimiento de Rufino Tamayo

Por: Juan Carlos Pereda

El jueves 24 de junio de 1991, al pie de la cama, donde agonizaba Rufino Tamayo, estuvo de pie, casi estoica, Taide Olga Flores Rivas Zárate, la concertista de piano, a quien la historia conocería como Olga Tamayo. Antes de las nueve de la mañana, después de 57 años de matrimonio, terminaba su ciclo, se disolvía la únión física de una de las parejas más celebradas de la cultura nacional, y comenzaba la leyenda, que los Tamayo habían forjado en más de 57 años de matrimonio.

En lo que respecta a su vida pública, a su presencia cultural, a su paso por los epicentros del arte mundial, los esposos Tamayo vivieron con la armonía de una maquinaria de relojería. En la vida privada, dentro de la intimidad, quienes atestiguamos las manifestaciones de ese afecto, tan añejo y siempre renovado, tan simple como complejo, tuvimos oportunidad de conmovernos con aquellos destellos de una historia de amor que se ocurría en la cotidianidad de los Tamayo, rodeada de un escenario tan singular como la pareja, en que alternaban obras de arte contemporáneo, como esculturas prehispánicas, juguetes populares, antigüedades francesas que dialogaban con las pinturas del propio Tamayo.

Olga y Rufino habían unido sus mundos tan disímbolos, tan alejados, tan contrarios, para construir un universo armónico y único, para formar una de las parejas más icónicas de la cultura en la segunda mitad del siglo XX mexicano, tal vez sólo superadas en proyección pública por la formada por Diego Rivera y Frida Kahlo.

La concepción artística tan compleja al tiempo que tan sencilla y natural que Rufino Tamayo desarrolló en su arte, respecto a la armónica lucha de contrarios, tal vez haya tenido su origen en su relación de pareja; que como personas de diversa naturaleza e igual inteligencia y sensibilidad, eran tan contradictorios que resultaba complementaria y que el pintor vivió en medio de una cotidianidad construida con Olga Flores Rivas.Olga Tamayo en 1930

Así su concepción pictórica del día y noche, del orden y el caos, del bien y del mal, de lo masculino y lo femenino, tuvieron siempre un referente en su vida diaria con Olga.

Una veintena de retratos, realizados entre 1933 y 1983, testimonian el profundo y complejo afecto de Rufino por Olga, esas son obras ya ingresadas al olimpo de los cuados famosos. De esa amplia galería de imágenes intensas, poéticas, de los que emana un extraño fulgor, tres serán vistos ahora como una metáfora plástica de esa larga y singular historia de amor, entre dos seres extraordinarios.

Olga y Rufino se conocieron en octubre de 1933, mientras Tamayo pintaba el mural El canto y la música, en el cubo de la escalera del edificio que era el Conservatorio Nacional de Música, se casaron en enero de 1934, despues de escasos tres meses de noviazgo, en una ceremonia sin flores, ni cirios. “Nos resistimos a pagar una misa, y flores y todo eso” contaba Olga, a lo que agregaba que se habían casado por la iglesia sólo para complacer a sus padres. Olga decia –y había que creerlo por el arrojo que fue cifra de su carácter– que ella se le había declarado a Rufino. Un comentario vertido por Magda Moreno de Carbajal, amiga de juventud de Olga a la escritora Ingrid Sukaer es revelador de la circunstancia:

 

“Todas la amigas de Olga estábamos en la iglesia. Resulta que la boda que fue muy sencilla, escandalizó a mucha gente. Olga no iba vestida de novia sino que llevaba un traje sastre color gris y accesorios en rojo, durante la ceremonia, la gente murmuraba que estaba vestida de comunista. Después hubo un pequeño revuelo en el círculo intelectual porque vieron con malos ojos que Tamayo se hubiera casado por la iglesia” (1)

(17) invitación matrimonio

Invitación para la boda de Olga Rivas y Rufino Tamayo/ enero, 1934.

 

UNO. Ese hecho evidenciaba la consideración de Tamayo por la familia de Olga a la vez que revela el carácter contestatario de la pareja, la acción desprejuiciada y antisolemne, quedó fijada en el retrato matrimonial que Tamayo dio a Olga, como regalo de bodas.

Rufino y Olga s:m

«Rufino y Olga», 1934 Óleo sobre tela 100 x 73.5 cm

Es una pintura de grandes alcances estéticos en diferentes direcciones, al tiempo que opera como testimonio inequívoco de un enamoramiento profundo, el titulo de ese cuadro es: Rufino y Olga, y hoy se encuentra en la colección del Museo de Arte Moderno, fue pintado en 1934. Ella aparece con el singular atuendo que usó como traje de novia, la presencia de Olga es sólida y concreta, mientras que la de Rufino esta sutilmente planteada como una evocación que flota en el ámbito del cuadro por medio de un dibujo lineal de su perfil; en su ensimismamiento ella le confiere la existencia a él. En esta sofisticada declaración de amor, Tamayo el hombre, aparece ante nuestros ojos gracias al abismal pensamiento de Olga enamorada, el artista ha querido representarse ante el mundo, tan sólo a través de la evocación que de él hace ella. Este lienzo se puede considerar como un primer manifiesto, como un inicio premonitorio de lo que será Olga en la pintura de Tamayo. Desprovisto de objetos, ese lienzo, posee uno sólo que condensa una de las obsesiones del artista, y que Olga parece custodiar: se trata de un reloj, artilugio que concretó una de las angustias del pintor. El reloj cobra categoría de símbolo, pues registra la fugacidad del tiempo y por ende también la fugacidad de la existencia. Ese cuadro se asocia también a una singular mirada del pintor al expresionismo alemán, en él, se muestra tambien la sofisticación colorística que ha alcanzado el maestro, pero tal vez el síntoma más novedoso de la vanguardia a la que el artista aspiraba en ese momento, sea su auténtico interés por decodificar las cualidades expresivas que ha descubierto en las esculturas en arcilla, producidas por algunas de las antiguas culturas mexicanas, vertidas en el rostro de ella. La presencia de Olga está llevada al lienzo con una extraña belleza de desconcertante arcaísmo, mientras que el perfil de Rufino esta apenas esbozado con un dibujo a línea continua, que tiene la pureza y la fuerza de los de Matisse o Picasso, inscrito en el silencio de una pared.

Olga, retrato dinámico, 1958 HD

«Olga, retrato dinámico», 1958 Óleo sobre tela 98 x 130 cm Colección Museo de Arte Moderno, INBA-CONACULTA, México

DOS. Olga Retrato Dinámico, 1958 es un lienzo que pertenece también al acervo del Museo de Arte Moderno, como la anterior, esa tela había pertenecido a la colección privada de Olga Tamayo y la pareja decidió venderla en un precio simbólico, como parte de un lote adquirido por el Instituto Nacional de Bellas Artes en la década de los años setenta, cuando la institución buscó acrecentar la representación de Tamayo en las colecciones oficiales. El cuadro es, nuevamente, una pieza síntesis en la renovación de la poética del artista, y fue realizado en los últimos meses de la larga residencia de la pareja en Paris.

Algunos de los postulados del cubismo y del futurismo vuelven a cobrar vigencia en ciertos cuadros que Tamayo pintó en la década de los años cincuenta. Entre ellos, este excepcional retrato, en el que se pueden identificar rasgos de esos movimientos vanguardistas; el sofisticado colorido de tonos apagados es también de raigambre europea, consecuencia de la residencia de los Tamayo por cerca de diez años en París. El cuadro opera como un retrato gracias a la síntesis y el registro de los rasgos fisonómicos de la modelo, que siguiendo los postulados del cubismo, reproduce las cifras faciales de Olga, Tamayo ha concentrado la esencia de su esposa en su característica nariz, el gesto inequívoco de la boca y el peculiar peinado, que por mucho tiempo identificó a la señora Tamayo.

La agitada actividad de Olga, como promotora de la obra de su marido, se desarrolla sobre un escritorio, donde los teléfonos crecen su tamaño para demandar la atención de la protagonista de la escena, mientras que los papeles acumulados en pequeñas torres, anuncian múltiples asuntos que reclaman su cumplimiento. Las líneas de dinámica trayectoria que rodean el torso del personaje transmiten la sensación de movimientos rápidos y enérgicos, evocados al modo de la pintura futurista, esas evoluciones aportan al retrato un rasgo más del carácter de la retratada, al informarnos sobre la vital actividad como promotora y dealer de la obra de su esposo.

El fondo de la escena esta resuelto con una compleja textura visual, realizada con esgrafiados, chorreados, grafismos y veladuras, propios de la expresión artística de los pintores del expresionismo abstracto norteamericano; el colorido resuelto en grises, esta contrastado con rosas y sepias, y revelan otro aspecto de la evolución artística de Tamayo. De entre los múltiples retratos que el artista pintó de Olga éste es el único que resulta episódico, al representarla en febril actividad, en el resto de ellos, Tamayo prefirió inmortalizar a su esposa en poses de sosegado reposo y majestuosa presencia. El cuadro sin estorbar a su intrínseca naturaleza de obra de arte, también deviene en reconocimiento y homenaje al trabajo escrupuloso, estratégico, inteligente y constante que Olga desarrolló para la difusión del arte de Rufino Tamayo.

En este retrato, Tamayo incluye accesorios que se convierten en parte esencial de la composición del cuadro, en gran medida son estos los que dan atmósfera a la escena y arman composición, al tiempo que informan del carácter de la retratada, además infunden cierto humor e ironía a la obra.

Retrato de Olga, 1964 bj

«Retrato de Olga», 1964 Óleo sobre tela 210 x 135 cm Colección Museo Tamayo Arte Contemporáneo, INBA-CONACULTA, México

TRES. El Retrato de Olga realizado en 1964, conservado primero en la residencia particular del matrimonio y después cedido en donación para la colección del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, es también un cuadro emblemático de la madurez del artista. En él, Olga aparece impasible, dueña de una serenidad majestuosa, este retrato de sosegada belleza es uno de los más importantes y bellos que se pintaron la segunda mitad del siglo XX, su singularidad es sólo comparable con el de Lupe Marín pintado por Diego Rivera en 1938

Desde su soberana inmovilidad, fuera del tiempo, la efigie de Olga comunica en cada detalle de su presencia los elementos que conformaban los rasgos de su imponente carácter. Sin desdecir la severidad del rostro, las manos cruzadas con suavidad sobre el regazo, sintetizan, como es menester de ese género pictórico, los rasgos más significativos del carácter de la modelo: una estricta reciedumbre, pero también una tersa generosidad. El entorno que rodea a la retratada es esplendoroso: una arquitectura construida de sólo luz y color, que denota el espacio privilegiado de la Señora Tamayo. Tamayo había convertido a Olga en una musa persistente de su trabajo, operó como arquetipo de belleza -nada convencional- desde los años treinta. Olga aparece en muchos otros cuadros, aunque no son retratos, pues el artista ha citado su fisonomía como arquetipo de formas y fondo, transformándola en personaje extrayendo elementos de su particular fisonomía y carácter para convertirla en icono estético.

Sin duda, este es el retrato más imponente y emotivo dentro de la serie. Realizado en 1964, para celebrar el trigésimo aniversario de su matrimonio, y se sobre entiende que también como un homenaje al devoto e incondicional apoyo de Olga en el desarrollo profesional del artista y como compañera de vida. Este cuadro es también en todo sentido, una obra síntesis de la poética del pintor, en este, el rostro de Olga tiene algo de la belleza arrancada a las cerámicas modeladas a mano que produjeron algunas culturas prehispánicas de México, aunada a una expresión espiritual de abismal profundidad que Tamayo sólo pudo captar por conocer tan cercanamente a la modelo. El regazo esta cubierto por un suntuoso manto iluminado de amarillos cromo, compuesto con pliegues de orden geográfico, que pareciera un fragmento abstracto dentro del cuadro. El colorido es una de las manifestaciones más opulentas y maduras de la pintura del oaxaqueño, que algo debe al de la artesanía popular; una mesa de escozo cezaneano recuerda los albores de su estilo, la emblemática rebanada de sandía, que completa el conjunto, no puede ser más que un rasgo ya endémico de la pintura de Tamayo, quien nos legó en esta obra una de las cumbres del retrato moderno en México.

Como conclusión mencionaré otra clave conmovedora de esta historia de amor; junto a la firma de Tamayo puesta en cada obra, se encuentra la fecha de ejecución del lienzo pero también aparece una enigmática “O”.

En el verano de 1988, cuando Rufino Tamayo sufrió una postración en Madrid, durante su exposición en el Centro de Arte Reina Sofía, (2) «Tuve la oportunidad de asistirlo en su habitación de hotel, esas noches conversé intensamente con él, era una oportunidad extraordinaria y le pregunte sobre varios tópicos que anoté escrupulosamente en mi libreta de viaje; entre otras cosas le inquirí sobre el significado de aquel cero que inscribía en sus cuadros. El maestro me aclaró que era la letra “O” inicial del nombre de su mujer, a la que consagró su trabajo»

Firmas

El antecedente de este acto de amor, es que Tamayo ofreció a Olga, durante una grave enfermedad, que si se esforzaba por sanar, le dedicaría cada una de las obras que desde ese momento realizara. La primera vez que aparece la inicial en una tela, es en un cuadro fechado en 1943, -año de aquel episodio-, que se titula Desnudo en blanco, el cuerpo de la mujer que protagoniza la composición es casi la transcripción de una de aquellas esculturas de naturaleza efímera y populares llamadas “judas” y que se fabricaban artesanalmente con papeles de desecho, engrudo y pintura, para la celebración popular de las festividades del sábado de gloria, donde se manifiesta el carácter del pueblo con alegría e ingenio. A partir de ese lienzo memorable, Rufino dedicó amorosa y constantemente, uno a uno sus trabajos pictóricos a Olga, como un reiterado y trascendente acto de amor, que perduro hasta la última pincelada del artista.

Rufino y Olga en su casa, 1949

Rufino y Olga Tamayo, ca. 1949

 

  • (1) Suckaer Ingrid, Rufino Tamayo Aproximaciones, Editorial Praxis, México, 2000 p. 148
  • (2) La muestra Rufino Tamayo Pinturas, fue la primera exposición del artista en España, se llevó a cabo en el entonces llamado Centro de Arte Reina Sofía del 29 de junio al 3 de octubre de 1988, se expusieron 80 óleos.