El niño Tamayo

Un viernes 25 de agosto de 1899, en la ciudad de Oaxaca, justo cuando el reloj de la Catedral marcó la una de la tarde, llegó al mundo Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, uno de los pintores mexicanos más representativos del siglo XX.

Es curioso ver, como muchas semblanzas debaten en torno a su fecha de nacimiento, unos mencionan el 26, otros el 25, la querella se debe a un error que cometió su padre al momento de inscribirlo en el registro civil, dando como día de su nacimiento el que se encontraba en su fe de bautismo, misma que cita: “el 26 de agosto de 1899, a un día de nacido, el niño fue bautizado en la Iglesia de la Preciosa Sangre de Cristo”.

La información sobre la infancia de Rufino Tamayo es limitada, lo poco que se conserva de aquella época son algunos manuscritos resguardados en los archivos públicos de Oaxaca y unos cuantos relatos que el mismo Tamayo llego a contar.

En su familia nunca se desarrolló un fuerte vínculo con la cultura, pero esto no obstaculizó al niño Tamayo para que desde muy temprana edad se dedicará a la música. En múltiples ocasiones cantó en servicios religiosos, sobre todo en las festividades de Semana Santa, la cuales le llamaban mucho la atención por su basto colorido. La música fue el primer acercamiento que Rufino tuvo con el arte, tal fue el impacto que tuvo la música en él, que nunca la abandonó, se quedaría con ella para siempre, hasta el punto de incluso llegar a contraer nupcias con la misma música bajo el nombre de Olga.

Amado y amoroso hijo de su madre Florentina Tamayo, a diferencia de su padre, Manuel de Arellanes, con quien existió cierto conflicto. Rufino nunca perdonaría a su padre por abandonarlos, a tal grado que a los meses de quedar huérfano de madre, a la edad de 11 años, comenzó a renegar su raíz paterna, omitiendo por completo su primer apellido y afirmando que su nombre, simplemente era: Rufino Tamayo. El resentimiento que sentía Tamayo por su padre se manifestaba en los encuentros casuales que sostenían, años después, por parte una tía paterna, Rufino se enteraría que su padre nunca quiso abandonarlos, pero la constante amenaza por parte de la familia materna de migrar a la capital había provocado la separación.

“El hecho de no tener padres desde muy niño fue muy doloroso; yo no sé qué habría sido de mí sin esa tía que se hizo cargo del huérfano que fui, a lo mejor hubiera sido cargador y otra cosa. Creo que el ser huérfano desde pequeño fue algo terrible […] Yo tuve la desgracia de perder a mi madre a muy temprana edad, así es que mi niñez fue un poco dura en ese sentido. Cierto día, al regresar de estar cantando en una de las iglesias del pueblo, mi madre había fallecido. Al quedar huérfano mi tía Amalia, hermana menor de mi madre y que era morena, de rasgos más indígenas y de carácter muy fuerte, me llevó a vivir a su casa en el Barrio de San Francisco. Después decidió abandonar sus estudios para profesora y trasladarse al Distrito Federal. Me trajo con ella cuando yo tenía once años.”

Así transcurrió la infancia de Rufino Tamayo, bajo circunstancias capaces de curtir al más valiente, sin embargo en Tamayo su niñez marco el camino que tomaría su pensamiento, con el final de sus años más tiernos comenzaría un camino de pensamiento independiente, de lo que muchos llamaron: rebeldía.